Terminar con este ritmo de muerte, que nos reduce a números

Argentina ya superó los 80.000 fallecidos por COVID-19.


Más de 4 millones de personas han pasado por la enfermedad con un sinnúmero de secuelas y con el riesgo de volver a contraer el virus. Van a pasar muchos años para poder analizar las verdaderas consecuencias que está dejando esta pandemia mundial, en nuestro país.


La salud de todos se ha visto afectada no solo en cuanto a las consecuencias sanitarias y económicas sino en ámbitos de la educación y la seguridad, por ejemplo.

La dimensión sanitaria no solo incluye las afecciones provocadas por el virus estrictamente sino además sus secuelas, que abarcan prácticamente tantas como personas la sufrieron.


Muchos han fallecido o visto agravada su salud debido a la falta de controles de otras patologías y seguimiento de un sistema totalmente volcado al tratamiento de las urgencias por COVID.


A esto, debemos sumar las consecuencias anímicas del encierro y el aislamiento, la soledad, el miedo por el riesgo de vida de seres queridos y el aislamiento de jóvenes y niños que tanto necesitan de la interacción para su crecimiento y conformación de su personalidad.


Sin contar las consecuencias económicas y por qué no también, psicológicas que provocó y provoca la pérdida de puestos de trabajo, la imposibilidad de generar ingresos y la caída en la pobreza de cientos de miles de hogares.


Hoy podemos comprobar, en carne propia, que el encierro no sirvió. Tanto deterioro de la salud y de la economía podría haberse evitado asumiendo una postura distinta a acentuar el miedo y a cambio, promocionar y controlar los cuidados, que son la principal barrera ante el COVID.


En 2021, nos encontramos con un país devastado tanto por la enfermedad, como por la falta de una conducción adecuada y un programa de tratamiento integral de la Salud, entendida en toda su dimensión y comprendiendo a todos los argentinos, independientemente del estrato social en el que se encuentren.


Cientos de miles de personas han sufrido la pérdida de un ser querido. El costo económico es ínfimo ante el dolor que padecen quienes se quedaron sin padres, madres, hijos, amigos.


La primera ola debió enfrentarse con más conocimiento dado que vino desde el este que ya lo estaba enfrentando, aplicando medidas que tenían relativo éxito. Ni hablar de la segunda ola, que ya enfrentamos con más herramientas. Aún advertidos de la gravedad de la segunda ola, en el país no se agotaron los esfuerzos para reforzar el sistema sanitario y más de un año después de recorrida la pandemia, el sistema de salud continúa estresado y muchas provincias tienen las unidades UTI al borde del colapso. 


Y es ahí donde sentimos con mayor impacto la falta de un plan serio e integral: Argentina se demoró en implementar su plan de vacunas. Por distintos motivos y ante diferentes organismos, nuestro país se confió o negoció mal y no previó que la demora de vacunas significaría más argentinos muertos.

Prometieron la llegada de millones de vacunas que no llegaron, dosis que se fabricaron en Argentina fueron enviadas a México para no volver en la medida que se esperaba (entre 150 y 250 millones de AstraZeneca), se vacunó a personas fuera del esquema planteado (vacunatorios VIP) y demoramos mucho tiempo en poner en marcha, en forma masiva, el plan de vacunación. Como frutilla del postre nos enteramos que Argentina queda fuera de una donación de vacunas que EEUU va a hacer al mundo.


Cada día que pasamos sin vacunas, se traduce en mucho dolor y sufrimiento para los argentinos. No se trata de un trámite burocrático, el reloj marca a cada minuto menos protección y menos armas para un combate que es día a día, en el que nos va la vida.

Hasta hoy, han recibido la primera dosis casi 13 millones de argentinos; con dos dosis, apenas se cuenta con un poco más de 3 millones. Eso, da un total de 16 millones de vacunados. Eso, comparado con algunos países de la Región (Chile 56%, Uruguay 53.7%) es mínimo. Y no se debe a falta de logística para implementar las vacunas, casi todas las provincias superan el 90 % de los vacunados en relación a las dosis recibidas, sino a la falta de provisión por parte de la Nación.


Se perdió tiempo en muchas idas y vueltas y esto solo se traduce en más argentinos muertos.


Mientras la clase política no pierde tiempo en subir impuestos o aumentar sus dietas, sí lo hace con la vida de sus gobernados. Hoy lentamente, el plan de vacunación va avanzando y cada día mueren en el país casi 600 personas (promedio de junio 2021)


¿Quién se hará responsable finalmente de todo esto? ¿Quien se hace cargo de todas las personas que mueren en nuestro país?

Nuestras autoridades deben acelerar el proceso de vacunación. No podemos continuar con este ritmo de muerte que nos reduce a números.

Los que asumieron la conducción del país y de la provincia, asumieron también la enorme responsabilidad de cuidar también de nuestra salud.

MÁS VACUNAS y su urgente aplicación son la única salida.   

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